viernes, 9 de septiembre de 2016

En los Juegos Olímpicos III


El vestuario, decorado como todo el complejo olímpico al estilo años ochenta, me transmitió a mi juventud. Por un momento sentí verme a mí mismo intentando todo tipo de deportes en las divertidas horas de educación física.

Enfundado en mi reluciente nueva ropa de deporte, comprada de ocasión en el rastro de los domingos y adornado con una cinta roja en la frente que me otorgaba una imagen de deportista de élite a pesar de mis kilos de más, me miré al espejo y me hablé a mí mismo tal y como había leído en el libro de motivación de Ingvar Kamprad que me habían regalado hacía un tiempo:

-          Eres un máquina – me dije

-          Lo sé, figura. Tú eres un tío grande – me contesté

-          Sal ahí fuera y demuestra lo grande que es Zaragoza, digo, Guatemala.

Con el lógico ataque de motivación causado por la conversación anterior entre dos grandes del deporte mundial salí del vestuario dispuesto a comerme el mundo. Eran ya las doce menos diez. La oscuridad del túnel que parecía ser el pasillo de salida acababa repentina en el solazo del mediodía en Albacete. La zona de los cien metros se presentaba frente a la salida. En cuanto mis pupilas se acostumbraron a la luz di la vuelta para observar el tremendo ambiente olímpico. El público ondeaba banderas de dos o tres países, incluso había una del reino de Albacete. Los aplausos y los gritos formaban un ruido ensordecedor. Los flashes de la cámara de juguete de un niño que pasaba por ahí adornaban la estampa como estrellas en el firmamento, que siempre queda bien escribir esto.

Es muy difícil estimar una cifra de espectadores, pero sin contar a los que estuvieran viendo el espectáculo desde sus casas asomados al balcón ni al hombre borracho que se asomó un rato a mirar, diría que habría unas cincuenta personas incluyendo a los deportistas, los cuales era casi imposible identificar con exactitud debido a su elevada masa corporal.

Tomé posiciones en mi calle, la número dos, y me dispuse a observar a mis adversarios por primera vez. A mi izquierda, en la primera calle, la joven promesa francesa. Era un chaval de unos dieciséis años que aparentaba ser dos hombres cincuentones. Durante mi fase de preparación había leído sobre sus tiempos récord en ir del sofá al baño en caso de sufrir un apretón.

A mi derecha, en la calle tres, un negro representaba a España. Me pregunté por qué me había tocado representar a España siendo que el que representaba a España no era español. Sí, bien es cierto que una persona de color puede ser española y que porque sea negro no tiene que haber cruzado el estrecho a nado. Pero no sé, como que yo tengo más pinta de español y tal. Claro, no dije nada porque estos temas son peliagudos, nunca sabes si te vas a topar con un radical de lo políticamente correcto y entonces no sabes lo que decir para que no te tachen de xenófobo. Aunque en realidad una vez conocí a una chica llamada Xenia y era tan fea que me daba miedo, lo que me hace xenófobo de todos modos.

No había más participantes. Más tarde escuché que el resto de deportistas habían decidido no correr tras ver la planta del representante de España, el cual bien podría haber anunciado calzoncillos al lado de Cristiano Ronaldo.

Había llegado el momento. Se pidió silencio a gritos por los altavoces. El estadio enmudeció esperando el sonido de salida de la carrera. Con los brazos al frente, bajé la cabeza y cerré los ojos concentrado en el pistoletazo de salida.

Esperé concentrado, sintiendo los latidos acelerados de mi corazón y los músculos de las piernas contraídos dispuestos a la acción. El sudor causado por la adrenalina se acumulaba en la cinta en mi frente y hacía brillar los esculturales brazos y piernas que una señora del público se había depilado para la ocasión.

Seguía esperando encogido con los ojos cerrados concentrado en la explosión que indicaría la salida. Comenzaba a sentir la carga sobre mis brazos causada por aguantar esa posición estática.

-          ¡Señooooooooor!

Aquel grito me arrancó de cuajo del trance de mi concentración. Abrí los ojos y vi a mi frente a la atractiva azafata que había conocido horas antes. A los lados, las calles estaban vacías. Pude ver al francés tumbado unos metros por delante de mí lastimándose mientras se sujetaba el tobillo con las manos. El señor afroeuropeo saltaba de alegría a cien metros de distancia y el público aplaudía eufórico.

-          ¿Qué ha pasado? – pregunté confundido

-          La carrera ha comenzado hace un rato, señor. ¿Por qué no se ha movido?

-          Pero… No he escuchado el pistoletazo de salida, la salida de los otros dos participantes tiene que haber sido ilegal.

-          ¿Pistoletazo? – dijo ella – Aquí la salida la damos con un silbato como toda la vida, en Albacete no está permitido el uso de armas de fuego para dar la salida en eventos deportivos ya que suele haber techos y también hay mucho pájaro por aquí.

-          Pero… eso se avisa antes, yo estaba esperando un disparo para salir.

-          ¿No se ha leído las reglas de participación que firmó con la inscripción? No me lo puedo creer.

-          Señorita, ¡ese documento tenía tres páginas! ¿Acaso hay alguien que lea tanto de seguido hoy en día? – le contesté indignado.

-          Venga, venga, salga que todavía está la plata en juego – dijo ella mientras se echaba a un lado y movía los brazos animándome a arrancar.

Con un tiempo de dos minutos y tres segundos logré alzarme con la medalla de plata para Guatemala, la cual compré después junto con una foto recuerdo de mi participación. Me prometí a mí mismo entrenar duro durante los próximos cuatro años para, en mi siguiente participación en los Juegos Olímpicos, conseguir leer las condiciones del contrato antes de firmarlo.

FIN

1 comentario:

JuanRa Diablo dijo...

"una vez conocí a una chica llamada Xenia y era tan fea que me daba miedo, lo que me hace xenófobo de todos modos"

¡Eres un crack! xDD